rollo 1 / octubre 2010

martes, 26 de octubre de 2010

Los intelectuales

Johanna Lozoya

El 12 de febrero de 1848 el público reunido en la Sala Pleyel presenció el que sería el último concierto parisino de Frederic Chopin. En octubre del año siguiente el músico moriría en sus habitaciones del número 12 de la Plaza Vendôme, acompañado por su entrañable amigo, el pintor Eugéne Delacroix y por su benefactora y alumna en los últimos años, la inglesa Jane Stirling. Ese concierto sería, a su vez, uno de los últimos eventos culturales en los que la alta sociedad y la burguesía parisina convivirían en periodo de paz.

Rosehein, Wolff, Chopin, Döhler, Henselt, Liszt, Dreyschock, Thalberg
Diez días después, estalla la revolución en las calles de París. Éstas se llenan de barricadas y la capital de Louis-Phillipe de Orleans se ve envuelta en una guerra civil entre monárquicos, republicanos y socialistas, entre liberales y conservadores. Una guerra a la que se llamaría Revolución de junio y que llega  malamente a su fin cuatro meses después. En febrero, el poeta Lamartine reunido con los republicanos en el Hôtel de Ville proclama el inicio de la Segunda República mientras que el socialista Louis Blanc encabeza la Comisión de Luxemburgo. Sin embargo, en la Asamblea se decidió el destino de la República y el voto de los moderados y monárquicos se vio superado por el de los republicanos llevando a Louis-Napoleon Bonaparte, sobrino del célebre general, a la cabeza de la nueva república que duraría sólo cuatro años. En 1852 Napoleón III, establece el Segundo Imperio.

Al inicio del corto periodo de la Segunda República en aquel belicoso febrero de 1848, el arquitecto Eugène Viollet-le-Duc, quien entonces contaba con treinta y cuatro años, muda a su familia al 9 Rue de Verneuil dejando atrás la cómoda dependencia de las Tullerías, para establecerse a unos pasos del domicilio de su protector y antiguo amigo, Prosper Mérimée.

Viollet-le-Duc le conoció en la tertulias de su tío materno Etienne J. Delécluze, quien tenía por costumbre ( lo mismo que la madre de Eugène) el organizar un salon en el quinto piso del departamento familiar en el número 1 de la Rue Chabanais. Mérimée  había publicado en 1843 su  novela Carmen
Stendhal, Vigny, Humboldt, Rossini, Gérard, Couvier, Mérimée, Talleyrand
(misma que inspiraría la ópera de Bizet estrenada en 1875) y se le conocía bien en los círculos políticos y artísticos de París. Ello no sólo por sus obras literarias, su dominio de seis idiomas y sus múltiples viajes por lugares exóticos como España, Túnez y Marruecos, por títulos tales como miembro de la Academia Francesa y Grand Officier en la Legión de Honor, sino también como Inspector de Monumentos Históricos.  El salón de Delécluze - quien además era un estupendo pintor, y estudioso de la pintura y autores de la antigüedad- se abría los domingos y recibía sólo a hombres. El tío Delécluze era un republicano que contrastaba notoriamente en opiniones con la conservadora postura del padre de Eugène, y sin embargo, el joven sobrino fue asiduo participante de este salón de corte liberal en pleno periodo borbónico.

En estas reuniones de artistas e intelectuales, Eugène conoció a temprana edad a grandes figuras de la época como Stendhal en 1822, a Saint-Beuve, E. Monod y al propio Mérimée en 1825. Años después, Viollet-le-Duc, Mérimée y Saint-Beuve estarían nuevamente reunidos junto con el pintor Victor Giraud, en el salón de una mecenas del arte singular, la princesa Mathilde.  Por su lado, Mérimée también participaba del círculo de amistades no sólo con la escritora, sino con sus más cercanos como lo fueron Louis Blanc, Victor Hugo y Delacroix. A través de éste último, Mérimée conocería a Vigil, Dumas, Balzac y a Lamartine. Cuando en 1841 Louis-Phillipe nombró al reconcido Mérimée como Inspector de Monumentos Históricos, éste escogió a un viejo amigo como ayudante: al joven que había recorrido buena parte de Francia descubriendo la imagen y el simbolismo gótico, Viollet -le-Duc. De hecho, fue gracias a la estrecha amistad que tenía Prosper con la Condesa de Montijo que Viollet-le-Duc obtuvo a una singular protectora para su desarrollo personal en la corte: Eugenia de Montijo, hija de la Condesa, esposa de Napoléon y Emperatriz de Francia.

Verlaine, Rimbaud, Valade, d´Herville, Pelletan, Elzéar, Blémont, Aicard
Es así que cuando a principios de 1848 el joven arquitecto, restaurador e Inspector de Monumentos Históricos, se trasladaba a su nueva residencia de la calle Verneuil, también iniciaba una nueva e intensa relación con la corte imperial y se consolidaba en un mundo de figuras de la música, la pintura, la política que se agrupaban, se representaban y se identificaban como "intelectuales".



Tenemos imágenes  de estos grupos que se representaban de manera colectiva tanto en la pintura como posteriormente en el siglo a través de la fotografía. Por ejemplo, en 1864 se expuso en el Salon el Homenaje a Delacroix de E. De Fantin Latour donde figuran varios neo impresionistas en una confabulada composición de relación espiritual más que real con el pintor fallecido un año antes. Lo mismo se puede decir de Un coin de table (1872) de Latour o L´atelier du peintre, allégorie réelle (1855) de Gustave Courbet. Real o no el vínculo entre los personajes que se agrupan en estas imágenes indican la configuración de un sentido de identidad compartida. Una identidad que de manera cotidiana, el gremio de los arquitectos compartía en términos sociales. Sin embargo, en las imágenes grupales de la época, no se incluyan arquitectos.

Viollet-le-Duc
Si bien la imagen de Mérimée es recurrente en la composición de grupo, la de Eugène Viollet-le-Duc es inexistente. Pero también invisible es la de Labrouste, Leclere y otros reconocidos arquitectos de la época. Se tienen fotos, por ejemplo, de Victor Laloux que a fines del siglo diecinueve aparece rodeado por sus estudiantes, pero éste tipo de retrato gremial difiere de las imágenes de grupo de artistas de mediados del siglo. Podremos en estas últimas encontrar representados pintores, poetas, filósofos, científicos y políticos, pero no arquitectos y difícilmente escultores. ¿Cómo y dónde se veía a si mismo este grupo de artistas que desarticuló la dinámica de su propio gremio y se autodenominó "intelectual"?


(continuará)

lunes, 4 de octubre de 2010

Folios desde la Inquisición

Johanna Lozoya

El 12 de enero de 1655 ingresaba a la cárcel del Santo Oficio en la ciudad de México, Melchor Pérez de Soto, primer criollo en lograr el puesto vitalicio de Maestro Mayor de la Catedral Metropolitana. Poseedor de una excepcional biblioteca de mil quinientos dos cuerpos de libros de a folio y a medio, cuarto y octavo de diferentes autores de latín y romance, se le acusa de tener en su haber libros de astrología judiciaria. Por ello será aprendido y encerrado en las cárceles secretas de la Inquisición. La memoria de su trágico destino sobrevivió entre los documentos inquisitoriales de los últimos juicios de reos de fe condenados a la hoguera. Aquellos posteriores al año del Auto Grande de 1649. De su vida y de su obra poco se sabe, no por escasa ni por vulgar, sino por el silencio que su escabroso fin impuso a su memoria. Sin embargo, Pérez de Soto distaba en mucho de ser un personaje cualquiera.

El día en que fuera hecho prisionero, se encontraba dirigiendo la construcción de las cuatro bóvedas de los cruceros y el avance del campanario oriental  de la Catedral metropolitana. En la torre del campanario estaban por instalarse las últimas campanas, las que fueran regaladas por los conventos de la región para acompañar en su tañido a "Doña María", a "Santa María de los Ángeles" y a "La Ronca". En la década anterior, Pérez de Soto había realizado encargos del gobierno virreinal destacándose al llevar a cabo el peritaje de la construcción del fuerte veracruzano de San Juan de Ulúa, la periódica inspección de las minas de Tetela, así como algunas remodelaciones en el palacio virreinal. Bajo su dirección se diseñaron y construyeron las ventanas de vidrieras del Colegio de San Pedro y San Pablo y varias obras de remodelación en el el convento de La Encarnación de la ciudad de México. El día en que debió responder por crímenes contra la fe, acusado de astrólogo y poseedor de libros sobre astrología judiciaria ( es decir, leer cartas), el Maestro Mayor era un hombre más que reconocido en la sociedad criolla.


Su afición por la astrología era bastante común en la sociedad novohispana aún cuando ésta era castigada con severidad por la Inquisición. Los aficionados, que eran muchos y se encontraban principalmente en las poblaciones urbanas, pertenecían en gran medida a la intelectualidad de la Iglesia. De hecho, Pérez de Soto se inició en la lectura de obras de astrología con la guía de dos frailes: el agustino Felipe de Castro y el mercedario Diego de Rodríguez quien era catedrático y fundador de la cátedra de astronomía y matemáticas en la Real y Pontificia Universidad. Con Diego de Rodríguez el arquitecto, además, compartió el interés por los problemas fisico matemáticos de las maquinarias de guerra. Nicolás de Robles tradujo varias obras de astrología para el Maestro Mayor, así como el bachiller José Benitez de la Cruz, estudiante de filosofía, hizo lo propio con obras clásicas de astronomía. Como si esto no fuera poco, el padre Francisco Javier Farías del Colegio de San Pedro y San Pablo, y el padre rector de la Compañía, don Horacio Carochi, le ayudaron a estudiar cuadernos de astrología. De tal manera, que Pérez de Soto practicaba la astrología de manera casual y llegó a "levantar carta" más de una vez a miembros de la Iglesia. Sin embargo, el 12 de diciembre de 1654 fue acusado formalmente por el Santo Oficio de haber cometido delitos contra la fe al practicar astrología judiciaria y tener entre sus libros obras prohibidas.

 Su biblioteca, una de las más ricas en la Nueva España para mediados del siglo, poseía paradójicamente un reducido número de obras sobre astrología; textos como el De Revolutions de Copérnico, que ya desde 1616 se encontraba en el Index de la Inquisición novohispana, o Regimiento de Sanidad del milenarista y controversial Jerónimo Savonarola, aparentemente no complicaron más el proceso que de por si fue lento e inconcluso. En realidad, este bibliófilo había creado una biblioteca con una considerable pluralidad de temas científicos y humanistas. Entre los volúmenes que la conformaban sobresalían tratados italianos y franceses sobre arquitectura y fortificaciones, varios compendios matemáticos y geométricos, así como obras sobre botánica, medicina y geografía. Los temas de religión, moral, historia, eran secundados por diversos libros de navegación, agricultura, derecho y caballería. Entre las obras de grandes prosistas y poetas de la monarquía católica había incluido libros sobre temas americanos impresos en la Nueva España y que versaban sobre el conocimiento científico del territorio novohispano, la presencia de la voz novohispana en la ética del buen gobernar, la controversia moral sobre el derecho de conquista y la lengua indígena en el hablar cotidiano. En el mundo personal de Pérez de Soto las obras de Copérnico, Kepler y Cussa coexistían con las de Ficino, Paccioli y Kircher; los múltiples almanaques se perdían entre las fojas sueltas dedicadas al estudio de los cometas y al cálculo de la latitud de la ciudad de México. Y sin embargo, la biblioteca fue decomisada. Obras como Los misterios egipcios o la Magia Natural no pasaron desapercibidos a los ojos inquisidores que registraron ordenanzas dobladas, portularios, bitácoras de obra, poesía novohispana, obras de teología comentadas al margen por el autor, diccionarios de lenguas indígenas y obras en flamenco.  Los dos alguaciles del Santo Oficio que llegaron al domicilio del arquitecto en la Calle del Reloj, hicieron un celoso recuento de los manuscritos encontrados y con estos llenaron varios baúles y arcones.

Mientras esto ocurría, en su celda, Pérez de Soto escribía instrucciones para la construcción del campanario, esperando una resolución a su juicio. Pero el proceso, por razones aún desconocidas, se prolongó penosamente durante meses. Finalmente, el Maestro Mayor desesperó. Las actas inquisitoriales indican que debido a la tristeza, nerviosismo y desánimo del prisionero se le permitió la compañía de otro reo. A la mañana siguiente, Pérez de Soto fue encontrado sin vida. Durante la noche, le había asesinado su compañero de celda. El caso se cerró inconcluso.

El nombre de Melchor Pérez de Soto se borró de la memoria gremial y el tiempo hizo lo propio en las lápidas de la iglesia de Santo Domingo en donde su cuerpo fue enterrado. Parte de la biblioteca se devolvió a su esposa, Leonor de Montoya, quien declarándose analfabeta y necesitada de dinero, terminó por vender las obras como papel viejo.



. Archivo General de la Nación, "Causa criminal contra Melchor Pérez de Soto, astrólogo, sobre tener libros prohibidos de la astrología judiciaria y usar de ella". Ramo: Inquisición 1649-1654. Vol II, fols. 224-327.
. Guillermo Boils, "Entre los libros y el andamio: Melchor Pérez de Soto, arquitecto novohispano", Cuadernos de Arquitectura Virreinal, no. 12, 1992.
. Manuel Romero de Terreros, Un bibliófilo en el Santo Oficio, México, Librería Robredo, 1920.
. Johanna Lozoya, "Semblanza: Un ilustre desconocido. Melchor Pérez de Soto", Arqueología Mexicana, vol VIII, num. 47, enero-febrero 2001.